Rosario, 29 de diciembre 2021 — En el día de ayer se difundió una noticia que, literalmente, recorre el mundo. La nota de Associated Press (AP) está no sólo en medios nacionales sino también internacionales como Washington Post, Los Angeles Times, Chicago Tribune y otros (al final de la nota links de las diferentes publicaciones).
Algunos medios lo titularon como “La Palabra de Dios los hace hombres nuevos”, una declaración contundente que nace del corazón de pastores involucrados en el ministerio carcelario. Esta nota trata del testimonio de un hombre y el ministerio carcelario en Rosario, pero esto se replica en muchas ciudades de todo el país.
Reproducimos la nota de AP escrita por Germán de los Santos y Rodrigo Abd.
El fuerte ruido que hace al abrir una puerta de hierro avisa la salida de Jorge Anguilante del penal de Piñero todos los sábados. Se dirige a casa durante 24 horas para ministrar en una pequeña iglesia evangélica que estableció en un garaje en la ciudad más violenta de Argentina.
Antes de atravesar la puerta, los guardias le quitan las esposas a “Tachuela”, como se le conocía en el mundo criminal. En silencio, miran al asesino a sueldo convertido en pastor que los saluda con una sola palabra: “Bendiciones”.
El hombre corpulento de 1,85 metros (6 pies, 1 pulgada) cuyos tatuajes son vestigios de otra época de su vida, cuando dice que solía matar, debe regresar a las 8 a.m. a un pabellón de la prisión conocido por los reclusos como “la iglesia”.
Su historia, de un asesino convicto que abraza la fe evangélica tras las rejas, es común en los reclusorios de la provincia argentina de Santa Fe y su ciudad más grande, Rosario. Muchos aquí comenzaron a vender drogas cuando eran adolescentes y quedaron atrapados en una espiral de violencia que llevó a algunos a sus tumbas y a otros a cárceles superpobladas divididas entre dos fuerzas: los evangélicos y los narcotraficantes.
Durante los últimos 20 años, las autoridades penitenciarias argentinas han alentado, de una forma u otra, la creación de unidades dirigidas de facto por reclusos evangélicos, otorgándoles a veces algunos privilegios especiales adicionales, como más tiempo al aire libre.
Los pabellones son muy parecidos a los del resto de la prisión: limpios y pintados en colores pastel, azul claro o verde. Tienen cocinas, televisores y equipos de audio, aquí utilizados para los servicios de oración.
Pero son más seguros y tranquilos que las unidades regulares.
Violar las reglas que prohíben las peleas, fumar, consumir alcohol o drogas puede hacer que un recluso sea devuelto a la prisión normal.
“Llevamos la paz a las cárceles. Nunca hubo disturbios dentro de los pabellones evangélicos. Y eso es mejor para las autoridades”, dijo el reverendo David Sensini de la iglesia Redil de Cristo, una de las iglesias pentecostales más grandes de Rosario.
El acceso está controlado tanto por los funcionarios de la prisión como por los líderes de los pabellones que fungen como pastores y que están atentos a los intentos de las pandillas de infiltrarse.
Eric Gallardo, uno de los líderes del penal de Piñero, dice que deben mantener un control permanente sobre quién ingresa.
Rosario es un importante puerto agrícola, el lugar donde nació el revolucionario Ernesto “Che” Guevara y fábrica de futbolistas talentosos, incluido Lionel Messi. Pero la ciudad de unos 1,3 millones de habitantes también tiene altos niveles de pobreza y delincuencia. La violencia entre pandillas que buscan controlar el territorio y los mercados de drogas ha ayudado a llenar sus cárceles.
“El 80% de los crímenes en Rosario son ejecutados por sicarios jóvenes que prestan servicios a las bandas narco, cuyos jefes están presos y mantienen el dominio del negocio criminal desde las cárceles”, advierte el fiscal de la Agencia de Criminalidad Organizada en la provincia de Santa Fe, Matías Edery.
Anguilante dice que su oficio de matar quedó atrás, que la palabra de Dios lo hizo “un hombre nuevo”.
En 2014, fue condenado a 12 años de prisión por matar a Jesús Trigo, de 24 años, a quien disparó en la cara. Anguillante dice que ese rostro lo persigue por la noche, y que trata de ahuyentar el recuerdo rezando en su pequeña celda de la prisión.
Un 40% de los aproximadamente 6.900 reclusos de la provincia de Santa Fe viven en pabellones evangélicos, calcula Walter Gálvez, subsecretario de Asuntos Penitenciarios, quien también es pentecostal.
El avance de esta religión en Argentina se dio, como en otros países de América Latina, en los sectores “más vulnerables, entre ellos los presidiarios”, considera la investigadora Verónica Giménez, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
En el país de origen del papa Francisco, la Iglesia católica sigue siendo la religión dominante. Pero una encuesta del CONICET encontró que el porcentaje de católicos argentinos cayó del 76,5% al 62,9% entre 2008 y 2019, mientras que la proporción de evangélicos creció del 9% al 15,3%.
“Ese aumento de fieles se dio aún más en las cárceles”, advierte Gálvez.
La investigadora Giménez dice que eso se repite en otras partes de América Latina, como en Brasil, donde la enorme Iglesia Universal del Reino de Dios tiene 14.000 personas trabajando con presidiarios.
El crecimiento es notable en un país donde los católicos tenían casi el monopolio de las capillas de las prisiones hasta hace algunas décadas.
El sacerdote católico Fabián Belay, que dirige la Pastoral de la Drogadependencia, dijo que los curas utilizan métodos diferentes a la estrategia de las celdas porque éstas crean guetos dentro de las cárceles.
Apostamos por la integración y no por una segregación religiosa, manifestó.
Las congregaciones Puerta del Cielo y Redil de Cristo son algunas de las que ejercen una fuerte influencia en las cárceles de Santa Fe. Comenzaron a evangelizar a los reclusos a finales de la década de 1980 y hoy cuentan con más de 120 pastores que trabajan dentro de las cárceles.
Durante un servicio reciente en la iglesia Redil de Cristo en Rosario, el reverendo David Sensini pidió a los que habían estado presos que se identificaran. Alrededor de un tercio de la sala levantó la mano. Luego cerraron los ojos y bajaron la cabeza en señal de oración.
Víctor Pereyra, quien vestía traje negro y corbata, estuvo preso en la cárcel de Piñero. Hoy es propietario de una verdulería y también realiza trabajos de mantenimiento.
“No quiero volver atrás. Hoy tengo una familia a la que cuidar”, dice.
Los himnos de estilo pop sonaban por los altavoces mientras tres cámaras de televisión grababan la ceremonia para que otros fieles la vieran en casa a través de un canal de YouTube.
“Nadie más va a ir a la cárcel. Ni tus hijos ni tus nietos”, grita el pastor a la multitud. “Es posible el cambio”.
La cobertura religiosa de The Associated Press recibe el apoyo de la Lilly Endowment a través de The Conversation U.S. La AP es la única responsable de este contenido.
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